viernes, 3 de diciembre de 2010

Pastillas para dormir



Podía sentir el peso de sus músculos faciales mientras permanecía inmóvil. Se podría decir que estaba mirando la pata de la mesa, o el piso bajo ésta; pero en realidad no estaba mirando nada. Cada parte de su cuerpo se sentía incómoda en la posición en la que estaba, y esto se debía a que —por más que el no tuviese idea— estaba en esa posición desde hace 5 horas. El único movimiento que realizaba era el de sus parpados, que a veces se movían más rápido debido a la molestia que le ocasionaba el ojo derecho inyectado en sangre.

Ya no le importaba el increíble dolor en su espalda, fruto de aquella mala postura. Y no es que no lo sintiese; las cosas que suceden en el cerebro cuando uno es insomne varían notablemente con respecto a una persona normal. El cerebro recibe información de los estímulos externos; pero ha pasado tantas horas adentrándose en tal recuerdo, en aquel remordimiento, en esa oportunidad que se fue, y en tantas otras cosas que todo el dolor físico o muscular pasa a un segundo plano.

Su mente iba saltando de recuerdo en recuerdo, sin orden alguno. Sentía como si alguien hubiese cortado en pedazos pequeños miles de cintas de video y las hubiese pegado todas a ciegas en una sola gran película sin sentido, y la película resultara extremadamente larga, y el no pudiera salir del cine hasta que hubiera terminado, si es que alguna vez lo hiciera.

A medida que el sol iba saliendo sintió el dolor punzante que le ocasionaba su cráneo cuando se contraía y expandía al mismo tiempo que su corazón, tratando de exprimir a su cerebro que se negaba a secarse, siempre se negaba a secarse…

Sin embargo la noche no es lo más duro. Es una simple transición, una pausa en la infame rutina; lo cual es un engaño, por que al ser la pausa regular y acompañar  a la rutina, no es otra cosa más que parte de ésta. Más que una rutina, un condicionamiento; cuando se es insomne se ven las cosas más claramente. “Malacoda debió haber sido insomne” pensaba mientras sus ojos protestaban ardiendo ante el esfuerzo por observar el libro de Dante que yacía sobre la mesa.

Lo que realmente era difícil, era el día.

Subió al bus y volvió a adquirir la misma pose. Sólo que esta vez sí observaba; observaba a la gente que pasaba, que iba, que venía. Se preguntaba de dónde, para dónde. Se sentía triste porque entre esas caras no había ninguna familiar. Odiaba sentirse triste, pocas cosas lo desesperaban tanto como ese sentimiento estúpido y sin sentido.

Su casa estaba exageradamente vacía, ni el viento entraba ya. Sólo los rayos de sol que venían con recuerdos de toda su vida; desde estar en su aula en el colegio mirando el patio vacío, las tardes de verano que siempre prometían ser más de lo que alguna vez fueron. El sol siempre le traía recuerdos. Una vez había permanecido mirando su reflejo por tanto tiempo que no pudo ver bien por una hora; el oculista dijo que algunas células fotosensibles de su ojo derecho se habían dañado, y era por eso que cada vez que cerraba los ojos veía un punto. Era como mirar al sol, pero con los colores invertidos.

Se sintió solo. Se sintió desesperado. Se sintió extremadamente solo.

Pero ya no llamaría a nadie como en tantas otras oportunidades; ya no estaba dispuesto a molestar a nadie por causa de su ridícula tristeza. Decidió solucionar el problema por sí mismo.

Días antes había visto un documental en donde un hombre tuvo que cortarse a sí mismo la pierna por una gangrena, su pierna le estaba costando la vida. Él tenía el mismo problema; pero no era su pierna, era su cabeza.

Al día siguiente lo encontraron en la cama. Su rostro era un tanto particular para una persona con un disparo en la cabeza; se veía perfectamente en paz, y no como el fantasma que había sido en vida.

La verdad es que luego de mucho tiempo, encontró la forma de volver a dormir.








Gracias a Nidia Benitez (@KayLudlow) por las correcciones (que no fueron pocas). 

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