Cuando le
preguntaban a Peláez el porqué de su eterna instalación en el café de la
esquina su respuesta era siempre la misma: “estoy esperando que llegue el
momento en que aquello que me fue arrebatado me sea devuelto”
Sus amigos
preocupados no querían dejar que se hundiese en la locura, así que trataron por
todas formas sacarlo de esa amargura y esa espera absurda que nadie lograba
comprender. Sin embargo la voluntad de Peláez era inquebrantable, las arrugas
en su frente se pronunciaban firmes cada vez que decía “no”, de a poco, Peláez
fue quedándose completamente solo.
El hombre
alguna vez considerado como tal ahora era visto como una estatua, un
inmobiliario más, una sombra que no molesta a nadie y a nadie cobija. Tan solo
para la dueña del café representaba un ingreso fijo, además de eso Peláez ya no
era absolutamente nada, nada más que un
ente que espera, día tras día.
-¿No me
reconoces? -la voz de la mujer sonó apenas terminó de sentarse en la silla
frente a él-
-No -respondió
Peláez-
-Me dijeron
que estas esperando… ¿puedo preguntar que cosa?
-Espero lo
que alguna vez fue mío, tal vez demasiado temprano, vuelva a mí ya en el
momento correcto
-¿Es
necesario que en tu espera no hagas nada más que esperar?
-Si mi vida
continúa podría perderme el momento en que venga, o tal vez podría cambiar
tanto que de nuevo ella vendría demasiado temprano y yo tendría que volverla a
esperar
-Así que es
una mujer… ¿era muy joven?
-Diez años
menor
-¿No crees
que es mejor seguir con la vida?
-Hay
quienes salen a buscar la vida, yo prefiero esperarla, si acaso viene algún día
no le costará encontrarme, siempre estoy aquí, y espero escuchar su oferta, ya
salí a buscar la vida alguna vez y la que encontré, llenó mi ser de emociones,
no preciso averiguar si acaso existe alguna otra, no me interesa en lo más mínimo.
-¿Y si
acaso nunca llega?
-Yo no
puedo vivir esperando cosas a corto plazo, por que la ansiedad me consume y el
alma se vuelve amarga, si debo esperar que mañana me traigan una noticia o me
confirmen alguna cosa, sería realmente insoportable la tortura de tener que
esperar la hora y el minuto previamente marcados, sin embargo si la espera es
inimaginablemente larga, uno sabe que la serenidad reinará por largo tiempo,
uno no se pondrá a contar los días por que desconoce la fecha, dejará de mirar
el reloj por que no existe hora pactada.
Peláez tomó
un sorbo de café, la mujer no se despidió, salió a la calle con prisa, cuando
llegó a la esquina se detuvo y se dio cuenta que la espera de ese hombre sería
eterna, por que ella nunca más volvería a ese lugar.