jueves, 13 de enero de 2011

Enfermedad



A ella siempre le llamó la atención el hecho de que todas las caricias que él le daba, se las daba con el reverso de su mano.  Muchas veces bromearon al respecto. No podía decir que se había  acostumbrado, pero a veces simplemente le parecía algo natural.  Mientras la miraba acostada en la cama, con el sol saliendo a sus espaldas, recordó cómo fue el fugaz proceso por el cual se conocieron; y cómo desde ese momento constantemente se buscaban el uno al otro. A veces no tenían absolutamente nada que decirse, pero ambos sentían que debían estar cerca para sentirse bien. Tampoco hablaban de eso, ambos lo sentían y sospechaban que era mutuo.

A él le costaba mucho expresar sus sentimientos, como el día en que le habían despedido de su trabajo. Simplemente fue a su casa, ella lo recibió como siempre con un tímido abrazo y estuvieron sentados viendo el televisor por dos horas. Ninguno dijo nada. Tampoco prestaban atención a lo que veían. Estaban juntos, eso era lo único que necesitaban. Luego se marchó y ya no le importó lo que había sucedido.  Hasta se sentía animado; tendría tiempo de hacer muchas cosas que venía postergando y luego podría buscar un trabajo nuevo.

Apoyó la mano en su mejilla y recordó la primera vez que lo había hecho. Él la había llamado una hora antes y le dijo que quería verla, no importaba dónde. Ella le dijo que podían encontrarse en una plaza cerca de donde se encontraba haciendo compras. Él fue, y luego de una charla corta y sin sentido, se atrevió a tocar su rostro. Fue un poco extraño para él no sentirse nervioso; sentía que era su derecho, que aquella mujer le pertenecía. Tampoco cuando la besó sintió que estaba haciendo algo nuevo, fue como si ya lo hubiese hecho muchas veces antes.

Ella tenía facilidad para ponerse triste. Cosas que cualquier persona dejaría pasar le afectaban mucho. Lo que más le afectaba era que debía fingir que estaba bien durante todo el día, y a veces se dejaba quebrar por las noches en su cuarto. Sin embargo, en los días en los que él estaba presente se sentía fuerte, no tenía miedo de escuchar palabra alguna que la lastimase ni de evocar recuerdos que la hicieran caer. Lo necesitaba a su lado, funcionaba mejor que las pastillas que le habían recetado.

Puso el pulgar en el extremo de sus labios y lo estiró levemente  emulando una sonrisa. —Extraño hacerte reír— le dijo. Era lo que siempre pensaba; meses después de conocerse ella raramente sonreía. A veces el sentía que ella lo repelía intencionalmente para encerrarse en su tristeza. Llegó a dejarlo todo para pasar más tiempo a su lado y que ya no tuviese motivos para sentirse así, pero en lugar de mejorarlo solo logró que ella se sienta invadida y fastidiada. Aún lo amaba —de eso estaba segura— pero al igual que las pastillas dejó de funcionar, y esto a él lo desesperaba; así que decidió darle el espacio que ella reclamaba sin palabras.

El sol estaba un poco más alto. Ya deberían de ser las nueve de la mañana, la veía más claramente acostada junto a él; sintió mucha ternura y le dio un abrazo. Sentía su mejilla fría en la suya mientras miraba por la ventana, esa misma ventana por donde días atrás luego de buscarla desesperadamente en todas partes la vio llorando en medio de la lluvia. Esa imagen estaba tan clara en su mente; ella era tan blanca y bajo el cielo gris se veía como un ángel brillante. Su pelo negro mojado adoptó su forma; no se había dado cuenta hasta ese momento de cuán largo estaba, no se lo había cortado desde que se conocieron. Gritó su nombre y ella levantó la mirada. Sus ojos azules le devolvieron una mirada llena de dolor, dolor que él nunca entendería.

Acomodó su pelo y le dio un beso en ambos párpados. —Hoy tampoco voy a ir a trabajar amor— le dijo, y esperaba con todas su fuerzas recibir una respuesta —me quedo contigo hasta que te mejores—.

Pero ella no podía escucharlo. Se había dormido, y nunca más despertaría.






Gracias a Nidia Benitez (@KayLudlow) por las correcciones