lunes, 18 de junio de 2012

La Espera


Cuando le preguntaban a Peláez el porqué de su eterna instalación en el café de la esquina su respuesta era siempre la misma: “estoy esperando que llegue el momento en que aquello que me fue arrebatado me sea devuelto”
Sus amigos preocupados no querían dejar que se hundiese en la locura, así que trataron por todas formas sacarlo de esa amargura y esa espera absurda que nadie lograba comprender. Sin embargo la voluntad de Peláez era inquebrantable, las arrugas en su frente se pronunciaban firmes cada vez que decía “no”, de a poco, Peláez fue quedándose completamente solo.

El hombre alguna vez considerado como tal ahora era visto como una estatua, un inmobiliario más, una sombra que no molesta a nadie y a nadie cobija. Tan solo para la dueña del café representaba un ingreso fijo, además de eso Peláez ya no era absolutamente nada,  nada más que un ente que espera, día tras día.

-¿No me reconoces? -la voz de la mujer sonó apenas terminó de sentarse en la silla frente a él-

-No -respondió Peláez-

-Me dijeron que estas esperando… ¿puedo preguntar que cosa?

-Espero lo que alguna vez fue mío, tal vez demasiado temprano, vuelva a mí ya en el momento correcto

-¿Es necesario que en tu espera no hagas nada más que esperar?

-Si mi vida continúa podría perderme el momento en que venga, o tal vez podría cambiar tanto que de nuevo ella vendría demasiado temprano y yo tendría que volverla a esperar

-Así que es una mujer… ¿era muy joven?

-Diez años menor

-¿No crees que es mejor seguir con la vida?

-Hay quienes salen a buscar la vida, yo prefiero esperarla, si acaso viene algún día no le costará encontrarme, siempre estoy aquí, y espero escuchar su oferta, ya salí a buscar la vida alguna vez y la que encontré, llenó mi ser de emociones, no preciso averiguar si acaso existe alguna otra, no me interesa en lo más mínimo.

-¿Y si acaso nunca llega?

-Yo no puedo vivir esperando cosas a corto plazo, por que la ansiedad me consume y el alma se vuelve amarga, si debo esperar que mañana me traigan una noticia o me confirmen alguna cosa, sería realmente insoportable la tortura de tener que esperar la hora y el minuto previamente marcados, sin embargo si la espera es inimaginablemente larga, uno sabe que la serenidad reinará por largo tiempo, uno no se pondrá a contar los días por que desconoce la fecha, dejará de mirar el reloj por que no existe hora pactada.

Peláez tomó un sorbo de café, la mujer no se despidió, salió a la calle con prisa, cuando llegó a la esquina se detuvo y se dio cuenta que la espera de ese hombre sería eterna, por que ella nunca más volvería a ese lugar.















sábado, 26 de noviembre de 2011

La isla desconocida

El sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas y ellas están juntas, las reúne y casi no se ven una a otra. la mujer duerme a pocos metros y él no sabe como alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor. -José Saramago

miércoles, 17 de agosto de 2011

El pasajero 01

Con la voz entrecortada a raíz de un gran nudo que tenia en la garganta, Adriana dijo “es él” ante la pregunta hecha por el fiscal hace unos diez segundos. No podía permitirse a sí misma demostrar debilidad, nunca lo había hecho, sentía que no había nacido para revelar aquello que sentía.

Finalmente abandono la fría sala del forense, escoltada por el comisario y el fiscal, era la primera vez que el comisario veía un cadáver en ese estado y por más que deseaba decir algo para hacerla sentir mejor, decidió finalmente guardar silencio y asegurarse de que llegase a su hogar sin dificultades; así que con su patrulla siguió el sedan blanco hasta el hogar de Adriana, solo hizo un ademán de despedida con la mano y se dirigió de nuevo a la comisaría.

Adriana abrió la puerta e ingresó al estar, pero él había llegado antes… la cuchilla estaba tan fría, ¿o era acaso la muerte misma que acariciaba su corazón?, sus ojos se abrieron totalmente, y con una expresión de pánico miró fijamente a los ojos de la persona que absorbía su vida a través del mango de un puñal.


Tres días antes acababa de llegar a ese tranquilo pueblo, sentía que el aire libre de smog le haría bien por un tiempo, al menos lo suficiente como para olvidarse de la ruidosa ciudad, sus oídos aún no estaban acostumbrados al silencio del lugar, sin embargo estaba segura de que se acostumbraría muy pronto, Adriana era una mujer bella, de piernas largas, piel blanca (demasiado para su gusto), pelo largo y castaño, unos penetrantes ojos negros y unas cejas muy marcadas, su nariz era mas bien pequeña, al igual que sus orejas pero encajaban perfectamente con su rostro.

La casa pertenecía a su madre, que se la había dejado en herencia hace más de dos años, en todo ese tiempo nunca considero mudarse, hasta que realmente sintió necesario el cambio. Se sentía muy bien organizando la casa que le resultaba un tanto amplia, ya que anteriormente habrían habitado seis personas en ese lugar. Descubrió cientos de folios antiguos y pertenencias de su madre, sus hermanos, e inclusive de ella misma, de un tiempo perdido, casi inexistente.

Había sido criada por sus padres y sus tres hermanos mayores: Jorge, Carlos y Andrés. Su infancia fue más bien normal, aunque nunca sintió pertenecer mucho a su hogar, se sentía un tanto diferente al resto de la familia, todos eran muy ruidosos según su parecer, ella era más bien pensativa. No tardó mucho luego de terminar el colegio en conseguir un trabajo e ir a vivir a la capital, paso diez años viviendo en un lujoso departamento y nunca pensó que regresaría, así como nunca pensó que en esa vieja casa alguna vez solo quedaría polvo sobre los interminables gritos de sus padres y hermanos.

Se preguntaba cuanto habría cambiado la gente desde ese entonces… ¿seguirían recordando los disturbios? ¿Serian las mismas personas..? Por supuesto que lo eran, en ese pueblo nunca sucedía nada, la gente nunca abandonaba sus casas, por eso nunca pudieron vender la suya; no habían extraños, todos sabían acerca de todos, éste fue justamente el motivo que la convenció de que debía volver ahí, seria más seguro.

La gente fue muy amable con ella, todos la recordaban, siempre tan hermosa, pero nadie se atrevía a preguntarle por su familia, ella sabía que todos hablaban de eso a sus espaldas, haciendo toda clase de especulaciones; pero no le importaba siempre y cuando no lo hicieran frente a ella. Siempre fue así en ese pueblo, y el estar lejos no fue suficiente para olvidarlo.

Al día siguiente de su llegada un hombre viejo llamó a su puerta, era muy temprano, alrededor de las cinco pero ya estaba despierta, nunca había dormido mucho. Era el viejo Marcos, desde que era un niño repartía periódicos, se preguntaba si la nueva habitante deseaba sus servicios, “todo el mundo necesita periódicos” ese era su lema, era lo que lo hacia feliz. Adriana lo saludo con una sonrisa, su primer pensamiento fue de incredulidad, no se imaginaba que aquel anciano aún seguía vivo. Le dijo que no le cobraría nada como bienvenida y justo antes de marcharse le comentó que el día anterior había llegado alguien del mismo pueblo de donde ella venía, y había alquilado una pieza en la casa de una vecina.

Adriana sintió como el corazón se aceleraba, y trató de no demostrar sorpresa alguna, ¿sabe usted su nombre? - Le preguntó.- No, es muy callado, es un hombre alto y grande de pelo negro. Adriana sabía que era él… no podía ser nadie más… debía marcharse de ahí.

Por cierto… -le dijo el anciano- no se lo quería decir por que puede usted asustarse demasiado, pero esta mañana han encontrado un cuerpo… en las afueras, es el cadáver de doña Susi… ¿la recuerda usted? – cómo no la iba a recordar, se pasaba metiendo sus narices en la casa cuando era pequeña, era tal vez la persona mas chismosa que había conocido en su vida, nunca le había agradado mucho- ¿muerta? –acertó a decir- si, muerta… no se sabe muy bien lo que paso, pudo ser algún animal tal vez, aunque en el bosque no hay animales tan feroces como para hacer eso… es que… tiene muchas cortaduras ¿sabe? Es como si la hubiese atacado un oso, pero en toda mi vida nunca he visto a ninguno.

Cuando Marcos se marchó olvidó rápidamente la historia de la muerta, pero le había inquietado bastante que la hayan seguido, tenía que actuar rápido.
           
            Comenzó a empacar sin avisar a nadie, la vendrían a buscar pronto, estaba segura de eso. Una vez en el auto arrancó y fue rápido en dirección a la carretera, sin embargo la estaban siguiendo, un auto negro que venía detrás sin acercarse demasiado, pero lo suficiente para hacerla saber que estaba ahí. Pudo ver por el retrovisor que eran dos personas, aceleraba pero no lo podía perder, era un solo camino sin muchos lugares a donde ir, cuando ya no quedaban casas alrededor el auto negro aceleró ferozmente hasta alcanzarla, no podía hacer nada, una voz masculina gritaba ¡deténgase!, no lo hizo, siguió acelerando hasta que el auto negro la golpeo en el paragolpes trasero, no pudo mantener la dirección y salio del camino a gran velocidad, estrellándose contra un árbol, y no vio nada más…




Al día siguiente la encontraron unos policías que rondaban la zona, estaba bañada en sangre y había recibido un disparo en la pierna, se encontraba inconsciente.
Cuando despertó en la clínica preguntó que había pasado, y le dijeron que esperase al fiscal que no tardaría en llegar, una vez que éste llego le preguntó por que la seguían, a lo que ella no supo responder muy bien, Lo han estado haciendo desde algunos años –le dijo- no sé que es lo que quieren pero me han intimidado muchas veces, enviado amenazas… es muy duro, creo que tiene que ver con mi padre
-¿Su padre? -Pregunto el Fiscal-
- Si, el tenia negocios… creo que no del todo legales, pero no estoy segura.
- ¿Drogas?
- Tal vez…

En ese momento ingresó el oficial del pueblo, la había conocido ya cuando era apenas una niña, en ese entonces no se notaba la diferencia de tres años que llevaban los dos, sin embargo actualmente él parecía ser mucho mayor
- Señorita, sé que acaba de pasar por una experiencia difícil y prometo brindarle todo el apoyo y seguridad que necesite, pero primero necesitamos que nos ayude, verá, no muy lejos de usted hayamos a un hombre sin vida en condiciones muy extrañas, al parecer fue atacado por un animal, al igual que un habitante del pueblo el día de ayer, así que necesitamos que nos diga si lo que a usted le sucedió tiene algo que ver con ese hombre, o bien, que nos relate que fue lo que sucedió.

- Lo siento… no recuerdo mucho, me siguieron desde el pueblo y luego hubo un choque… no recuerdo nada mas
- La persiguieron… -dijo el fiscal- ¿era más de uno?
- No lo se. Dijo Adriana, no recuerdo
- ¿Recordaría usted el rostro del hombre? –Le pregunto el oficial-
- si se trata del mismo que de donde vengo lo reconocería.
- Entonces se quedara aquí, y cuando los forenses lo autoricen necesitamos que vea el cuerpo y nos diga si es el mismo sujeto ok?  Dijo amablemente el oficial.

Adriana asintió con una sonrisa, mientras trataba de recordar el número de sus perseguidores, ¿era solo uno?




El cuerpo estaba altamente desfigurado, tenia profundas heridas hechas por algo muy grueso, el brazo derecho estaba sujeto al cuerpo nada mas que por un músculo o dos, era la única extremidad completa, la pierna izquierda no se había encontrado aún, la derecha estaba completa hasta la rodilla, y rodilla abajo solo había hueso y no estaba el pie; el estomago estaba fuera del cuerpo al igual que los intestinos y algunas costillas rotas que fueron como dobladas para fuera.

Ya había oscurecido cuando se anunció la presencia de la posible testigo, cubrieron el cuerpo dejando ver solo la cabeza, que solo presentaba un corte no muy profundo que iba del lóbulo frontal izquierdo hasta la barbilla.

Una vez que lo vio, con la voz entrecortada a raíz de un gran nudo que tenia en la garganta, Adriana dijo “es él” ante la pregunta hecha por el fiscal hace unos diez segundos. No podía permitirse a sí misma demostrar debilidad, nunca lo había hecho, sentía que no había nacido para revelar aquello que sentía.

Finalmente abandono la fría sala del forense, escoltada por el comisario y el fiscal, era la primera vez que el comisario veía un cadáver en ese estado y por más que deseaba decir algo para hacerla sentir mejor, decidió finalmente guardar silencio y asegurarse de que llegara a su hogar sin dificultades; así que con su patrulla siguió el sedan blanco hasta el hogar de Adriana, solo hizo un ademán de despedida con la mano y se dirigió de nuevo a la comisaría.

Adriana abrió la puerta e ingreso al estar, pero él había llegado antes… la cuchilla estaba tan fría, ¿o era acaso la muerte misma que acariciaba su corazón?, sus ojos se abrieron totalmente, y con una expresión de pánico miró fijamente a los ojos de la persona que absorbía su vida a través del mango de un puñal.

Semanas después un olor muy fuerte alertó a los vecinos, el olor a putrefacción invadía todo el vecindario, el oficial fue rápidamente a la casa de Adriana, había sangre seca fuera de la puerta, como si se hubiera inundado la casa entera, la puerta estaba abierta, en el interior había un hombre… o los restos de uno, esparcidos por todos lados, avanzó con mucho cuidado de no pisar la sangre seca, fue hasta el piso superior buscándola pero no la halló, tampoco en la cocina, o en ninguna otra habitación, salió al patio trasero y se encontró con algo que nunca habría imaginado: un enorme y extraño animal yacía muerto con un puñal clavado en el pecho.


viernes, 4 de febrero de 2011

La noche en que pude dormir


Me mudé a Areguá en una casa lo suficientemente alejada del pueblo y cercana al lago, en mi casa tengo una notebook, una heladera, una cocina, libros, discos, un golden retriever y la mujer que amo, tuve ganas de comer milho quente y me preparé dos, los puse en una vianda y fui a comérmelos a la orilla del lago, también llevé un libro de Jostein Gaarder y lo leí hasta  que se hizo de noche , volví a casa, abracé a mi mujer y nos acostamos en la hamaca paraguaya en el patio al lado del árbol de mandarinas a mirar las estrellas. Una brisa fresca acompañaba nuestra infinita conversación.

 Y todo esto lo hice en la noche que pude dormir

jueves, 13 de enero de 2011

Enfermedad



A ella siempre le llamó la atención el hecho de que todas las caricias que él le daba, se las daba con el reverso de su mano.  Muchas veces bromearon al respecto. No podía decir que se había  acostumbrado, pero a veces simplemente le parecía algo natural.  Mientras la miraba acostada en la cama, con el sol saliendo a sus espaldas, recordó cómo fue el fugaz proceso por el cual se conocieron; y cómo desde ese momento constantemente se buscaban el uno al otro. A veces no tenían absolutamente nada que decirse, pero ambos sentían que debían estar cerca para sentirse bien. Tampoco hablaban de eso, ambos lo sentían y sospechaban que era mutuo.

A él le costaba mucho expresar sus sentimientos, como el día en que le habían despedido de su trabajo. Simplemente fue a su casa, ella lo recibió como siempre con un tímido abrazo y estuvieron sentados viendo el televisor por dos horas. Ninguno dijo nada. Tampoco prestaban atención a lo que veían. Estaban juntos, eso era lo único que necesitaban. Luego se marchó y ya no le importó lo que había sucedido.  Hasta se sentía animado; tendría tiempo de hacer muchas cosas que venía postergando y luego podría buscar un trabajo nuevo.

Apoyó la mano en su mejilla y recordó la primera vez que lo había hecho. Él la había llamado una hora antes y le dijo que quería verla, no importaba dónde. Ella le dijo que podían encontrarse en una plaza cerca de donde se encontraba haciendo compras. Él fue, y luego de una charla corta y sin sentido, se atrevió a tocar su rostro. Fue un poco extraño para él no sentirse nervioso; sentía que era su derecho, que aquella mujer le pertenecía. Tampoco cuando la besó sintió que estaba haciendo algo nuevo, fue como si ya lo hubiese hecho muchas veces antes.

Ella tenía facilidad para ponerse triste. Cosas que cualquier persona dejaría pasar le afectaban mucho. Lo que más le afectaba era que debía fingir que estaba bien durante todo el día, y a veces se dejaba quebrar por las noches en su cuarto. Sin embargo, en los días en los que él estaba presente se sentía fuerte, no tenía miedo de escuchar palabra alguna que la lastimase ni de evocar recuerdos que la hicieran caer. Lo necesitaba a su lado, funcionaba mejor que las pastillas que le habían recetado.

Puso el pulgar en el extremo de sus labios y lo estiró levemente  emulando una sonrisa. —Extraño hacerte reír— le dijo. Era lo que siempre pensaba; meses después de conocerse ella raramente sonreía. A veces el sentía que ella lo repelía intencionalmente para encerrarse en su tristeza. Llegó a dejarlo todo para pasar más tiempo a su lado y que ya no tuviese motivos para sentirse así, pero en lugar de mejorarlo solo logró que ella se sienta invadida y fastidiada. Aún lo amaba —de eso estaba segura— pero al igual que las pastillas dejó de funcionar, y esto a él lo desesperaba; así que decidió darle el espacio que ella reclamaba sin palabras.

El sol estaba un poco más alto. Ya deberían de ser las nueve de la mañana, la veía más claramente acostada junto a él; sintió mucha ternura y le dio un abrazo. Sentía su mejilla fría en la suya mientras miraba por la ventana, esa misma ventana por donde días atrás luego de buscarla desesperadamente en todas partes la vio llorando en medio de la lluvia. Esa imagen estaba tan clara en su mente; ella era tan blanca y bajo el cielo gris se veía como un ángel brillante. Su pelo negro mojado adoptó su forma; no se había dado cuenta hasta ese momento de cuán largo estaba, no se lo había cortado desde que se conocieron. Gritó su nombre y ella levantó la mirada. Sus ojos azules le devolvieron una mirada llena de dolor, dolor que él nunca entendería.

Acomodó su pelo y le dio un beso en ambos párpados. —Hoy tampoco voy a ir a trabajar amor— le dijo, y esperaba con todas su fuerzas recibir una respuesta —me quedo contigo hasta que te mejores—.

Pero ella no podía escucharlo. Se había dormido, y nunca más despertaría.






Gracias a Nidia Benitez (@KayLudlow) por las correcciones

viernes, 3 de diciembre de 2010

Pastillas para dormir



Podía sentir el peso de sus músculos faciales mientras permanecía inmóvil. Se podría decir que estaba mirando la pata de la mesa, o el piso bajo ésta; pero en realidad no estaba mirando nada. Cada parte de su cuerpo se sentía incómoda en la posición en la que estaba, y esto se debía a que —por más que el no tuviese idea— estaba en esa posición desde hace 5 horas. El único movimiento que realizaba era el de sus parpados, que a veces se movían más rápido debido a la molestia que le ocasionaba el ojo derecho inyectado en sangre.

Ya no le importaba el increíble dolor en su espalda, fruto de aquella mala postura. Y no es que no lo sintiese; las cosas que suceden en el cerebro cuando uno es insomne varían notablemente con respecto a una persona normal. El cerebro recibe información de los estímulos externos; pero ha pasado tantas horas adentrándose en tal recuerdo, en aquel remordimiento, en esa oportunidad que se fue, y en tantas otras cosas que todo el dolor físico o muscular pasa a un segundo plano.

Su mente iba saltando de recuerdo en recuerdo, sin orden alguno. Sentía como si alguien hubiese cortado en pedazos pequeños miles de cintas de video y las hubiese pegado todas a ciegas en una sola gran película sin sentido, y la película resultara extremadamente larga, y el no pudiera salir del cine hasta que hubiera terminado, si es que alguna vez lo hiciera.

A medida que el sol iba saliendo sintió el dolor punzante que le ocasionaba su cráneo cuando se contraía y expandía al mismo tiempo que su corazón, tratando de exprimir a su cerebro que se negaba a secarse, siempre se negaba a secarse…

Sin embargo la noche no es lo más duro. Es una simple transición, una pausa en la infame rutina; lo cual es un engaño, por que al ser la pausa regular y acompañar  a la rutina, no es otra cosa más que parte de ésta. Más que una rutina, un condicionamiento; cuando se es insomne se ven las cosas más claramente. “Malacoda debió haber sido insomne” pensaba mientras sus ojos protestaban ardiendo ante el esfuerzo por observar el libro de Dante que yacía sobre la mesa.

Lo que realmente era difícil, era el día.

Subió al bus y volvió a adquirir la misma pose. Sólo que esta vez sí observaba; observaba a la gente que pasaba, que iba, que venía. Se preguntaba de dónde, para dónde. Se sentía triste porque entre esas caras no había ninguna familiar. Odiaba sentirse triste, pocas cosas lo desesperaban tanto como ese sentimiento estúpido y sin sentido.

Su casa estaba exageradamente vacía, ni el viento entraba ya. Sólo los rayos de sol que venían con recuerdos de toda su vida; desde estar en su aula en el colegio mirando el patio vacío, las tardes de verano que siempre prometían ser más de lo que alguna vez fueron. El sol siempre le traía recuerdos. Una vez había permanecido mirando su reflejo por tanto tiempo que no pudo ver bien por una hora; el oculista dijo que algunas células fotosensibles de su ojo derecho se habían dañado, y era por eso que cada vez que cerraba los ojos veía un punto. Era como mirar al sol, pero con los colores invertidos.

Se sintió solo. Se sintió desesperado. Se sintió extremadamente solo.

Pero ya no llamaría a nadie como en tantas otras oportunidades; ya no estaba dispuesto a molestar a nadie por causa de su ridícula tristeza. Decidió solucionar el problema por sí mismo.

Días antes había visto un documental en donde un hombre tuvo que cortarse a sí mismo la pierna por una gangrena, su pierna le estaba costando la vida. Él tenía el mismo problema; pero no era su pierna, era su cabeza.

Al día siguiente lo encontraron en la cama. Su rostro era un tanto particular para una persona con un disparo en la cabeza; se veía perfectamente en paz, y no como el fantasma que había sido en vida.

La verdad es que luego de mucho tiempo, encontró la forma de volver a dormir.








Gracias a Nidia Benitez (@KayLudlow) por las correcciones (que no fueron pocas).